el otro día hablaba con Altran sobre la mentalidad de acaparamiento que parece estar aún anclada en el subconsciente -quizá no tan sub- de la población española. ejemplo de ello: si es gratis y nadie mira, me lo llevo todo. que en algún momento hará falta y yo no tendré de eso.
de ahí que el otro día pensara en el triste destino de los lápices de Ikea, al menos en su centro de mi región: desaparecen en manos de desaprensivos cuyo comportamiento nos podría llevar a pensar que quizá quieran escribir una nueva versión de La Regenta, aunque lo más cercano a la realidad sería pensar que esos lápices acabarán olvidados en el coche, perdidos en algún cajón de sastre, o quizá algunos pocos afortunados serán utilizados para garabatear números de teléfono en una libreta hasta el fin de su vida de grafito. cualquier cosa menos anotar las medidas de tu nueva estantería Billy. ¿por qué? ¡porque son gratis y me los puedo llevar!. claro.
la visión de «lo gratuito» tiene dos caras, y me voy al Gurú para verbigraciar:
me gusta leer a Seth Godin hablando de la utilidad comercial de ofrecer ciertos productos de manera gratuita para generar algunos beneficios -económicos o no- derivados de otros servicios relacionados. pero él también va más allá de esas técnicas de marketing y comprende y explica por qué a veces dar cosas gratis supone una desventaja (ejemplo reciente sobre por qué pedir un anticipo económico a quienes van a hacer prácticas a su empresa).
¿qué pasaría si cada lápiz costara 10 céntimos?
¿y si para ir a la universidad tuviéramos que pagar un poco más?, ¿se matricularía tanta gente que no quiere estar ahí?, ¿empezaríamos a entender que estamos sumidos en una relación contractual?, ¿nos quejaríamos más ante las deficiencias del servicio proporcionado?.