entre ayer y hoy he escuchado muchas historias sobre la misma persona, una mujer de unos setenta años que falleció el sábado de madrugada. puede que también hubiera alguna foto de ella, pero eso no era importante. todo lo que la gente hacía en uno u otro momento del velatorio o el funeral era contar historias, muchas referidas a la persona cuya muerte homenajeábamos.
escuché muchas cosas: anécdotas graciosas, tristes, historias cotidianas… esbozos de una vida recién acabada.
Coupland dice que lo único importante que tiene el ser humano son sus historias y esa sentencia me parece tan impactante que no puedo dejar de ver su repercusión en todas partes, algunas veces de manera tan evidente que resulta sobrecogedora. como hoy.
si pensamos en nuestras bisabuelas o bisabuelos… ¿qué viene a nuestra mente?. quizá alguna vieja foto que guarda la familia, quizá -si eres afortunado, como yo- el borroso recuerdo de una canción tarareada… pero muchas veces sólo tenemos sus historias, que nos llegaron por boca de otras personas que las escucharon a su vez, con los acentos de sus protagonistas o a sus rapsodas familiares. eso es todo lo que dejamos atrás. eso es lo que somos.
pensaba sobre esto cuando el cura que ofició el funeral entretejía su sermón sobre la muerte -muy buena retórica, por cierto- acercando la historia bíblica a la vivida por la fallecida… las últimas palabras oficiales que se pronunciaron sobre ella salieron de boca de un hombre que nunca la había visto pero que conoce el valor futuro de construir un relato. dejando a un margen la funcionalidad de la religión, con la muerte de una persona empieza su leyenda… y esta se construye a parches. eso me encanta y aterra.
si todo lo que dejaremos atrás terminará -casi con total certeza- perdiéndose, dispersándose o siendo olvidado… creo, hoy más que nunca, que merece la pena esforzarse para crear algo que nos ayude a perdurar, algo que convierta nuestra historia en popular… no por la pijada de vivir para siempre sino por la satisfacción de influir en aquellas vidas que suceden a las nuestras.
estas reflexiones siempre nos llevan a pensar ¿cómo me recordarán cuando ya no esté aquí?, pero esta pregunta me parece bastante estúpida sobre todo porque es la típica que podría llegar a preocuparme de formularla en serio. creo que resulta mucho más productivo pensar ¿qué puedo hacer para que mi historia sea valiosa?, y entonces actuar en consecuencia.
tengo un pequeño sueño que se acrecienta con días como estos, en los que la gente te cuenta la historia del primo que murió de un infarto a los 28, o del que, del día a la noche, sufrió una enfermedad que le mató cerebralmente en un par de días; después de oír estas historias siempre llevo la mano temblorosa a mi bolsillo y palpo algún papelillo de esos que se amontonan en mis chaquetas y pantalones o la plástica seguridad de mi cámara o mi ipod relleno de recuerdos. sueño con el regreso gracias al azar.
si algo fuera mal, me digo entonces, al menos alguien encontraría algún mal poema o una olvidada lista de fotos a revelar o, quizá, incluso estos pequeños itinerarios de viaje que voy desmigando sin mucha vergüenza.
aunque también es posible que nada sea así, y que lo que encuentren sea ese esbozo de historia sin acabar en que rompes las barreras de tu moral y te recreas describiendo lo que debería estar ob-skené -y piensan que eras un pervertido- o alquellos fogosos poemas escritos en medio del dolor adolescente -y piensan que eras un cursi perdedor- o, incluso, aquellas fotos con las que quisiste probar el mundo del porno amateur -y entonces dejan de buscar entre tus cosas 🙂
si somos historias, en definitiva, yo me pido escribir -con tinta, tecla, píxel, patraña, saliva o semen- una buena parte de la mía. y el resto está en manos del viento.
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Una respuesta a “las historias que dejas atrás”
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