eróxido.JPGme gustan las ediciones de «autores y autoras noveles». por una razón que no comprendo del todo creo que las primeras publicaciones tienen algo de exhibicionismo comedido. ya sé que en un par de años ya no me sonarán de nada la mitad de nombres que aparecen en esas antologías de jóvenes poetas, o filósofos o narradores… pero ahora están ahí.

todo eso de frecura y juventud está muy bien pero tengo que decir que hago distinciones bastante meticulosas para distinguir lo que me atrae y lo que no:

me encanta notar el dulce olor de la imitación, pero no tanto que me lleve a pensar que quien lo ha escrito tiene muerta la imaginación.

me gusta notar esa tirantez de bridas que no parece capaz de frenar el ímpetu de esas bestias negras que son las palabras.

necesito, en ese tipo de colecciones, que se me muestre osadía en cuanto a forma y fondo. si empiezo un relato y veo que quien escribe lo hace como si escribiese… adios.

no sé, quizá sea muy especial a la hora de elegir antologías, pero mis gustos no son imposibles. y he aquí la prueba:

La edad del óxidoaquí su blog– es uno de esas colecciones de relatos que me gusta, una «Antología de jóvenes narradores asturianos», según se indica en la portada, que me está encantando leer.

llegué a él porque uno de los participantes en la antología, Diego Díaz, es un antiguo y buen amigo y, ademas, el relato con el que participa vio la luz por primera vez en un fanzine literario llamado Refrigerio que creamos allá por el 2001, con la ayuda del Consejo de la juventud de Asturias. así que el impulso para comprar el libro surgió de lo afectivo pero pronto se transformó en interés a secas, porque los relatos merecen la pena. nos ofrecen diez dosis de buena literatura y, por eso, ha sido un auténtico placer meterme de un tirón las 165 páginas.

si os apetece un poco de sangre/tinta jóven…

[foto propiedad de laedaddeoxido]

2510349462_34fb9d01ab_m.jpgesta vez no voy a hablar de audiolibros, como en otras entradas de título parecido… aunque cada día estoy más enganchado a esa forma de «leer». esta vez se trata de compartir un recurso que el New York Times pone a nuestra disposición y que me ha tenido pegado al teclado durante un buen rato, escuchando a algunas de mis figuras preferidas de la literatura contemporánea -y no tanto- leer fragmentos de sus obras, hablar sobre ellas, dar clases sobre literatura… un poco de todo.

hay joyas varias, pero si tuviera que enumerar unas pocas me quedaría con Margaret Atwood, Paul Auster, Don DeLillo, Scott Fitzgerald, William Gibson, Alice Kaplan, Haruki Murakami, Vladimir Navokov, Silvia Plath, Salman Rushdie y el tributo a Virginia Woolf.

es entretenido, satisface nuestra curiosidad mitómana y además sale gratis.

[foto]

hace tiempo que no me divertía tanto leyendo un libro; y quiero decir exactamente eso: divertirme. hace años que me entreno para ser un lector profesional, con sus pros y sus contras. se me da bastante bien analizar cómo se construyen los personajes de ficción y sus relaciones con la narración… pero también presto mucha atención a la articulación formal y a la disposición de eventos, así que me pierdo con facilidad el placer de observar el bosque en favor del disgusto que produce ver que las raíces son de cartón piedra. eso quiere decir que muy pocos libros son capaces, últimamente, de gustarme, simplemente, más allá de la fruición estética, que calienta pero no quema. y no hablo de calidad sino de conexión.

acabo de leer un libro que conectó conmigo de una manera hace tiempo desconocida. me reí con su trama, me gustó el lenguaje utilizado y la organización material -la forma en que las palabras aparecen sobre el papel y aparecen dispuestas espacialmente- me encantó. pero eso no fue lo mejor; la conexión de la que antes hablaba se produce también porque la novela de la que hablo, titulada JPod -ya era hora de soltar el título, al que llegué, por cierto, gracias a Microsiervos, el blog español- y escrita por Douglas Coupland -con el autor pasa lo mismo-, tiene el valor de esas maravillosas obras efímeras cuya belleza proviene de su propia calidad y de la certeza de que no durarán mucho. Coupland escribió un libro que caducará en un par de años, un lustro como mucho -¿cuánto hace que no usas esa palabra?-. trata de un grupo de jóvenes trabajando para una compañía de videojuegos y sus relaciones, problemas, neurosis… todo tan cargado de contemporaneidad que con el paso del calendario todo perderá un poco de esa increíble luz que despide ahora, apenas un par de años después de ser escrita -lo mismo que pasó con Microserfs, otra de sus novelas, escrita en el 93-.

pero incluso cuando ese aura de actualidad desaparezca, el libro seguirá teniendo el valor de un documento increíblemente preciso a la hora de describir la vida a principios del siglo xxi; la ambigüedad moral, la inmediatez del acceso a la información y la democratización de las fuentes de conocimiento, las enfermedades de la individualidad y sus ventajas para el desarrollo de la personalidad, las complejas relaciones personales en una época de «remotidad». todo eso unido a la presencia constante de los anuncios, spam y juegos por los que la sociedad en que vivimos -ahora mismo- está rodeada.

todo eso cabe en un libro que parece un chiste -ya desde el título- y que se ríe de quienes lo leen y, de manera muy sarcástica, de quien lo escribió.

Coupland pertenece a ese grupo de gente que habla del ahora con diabólica precisión, o humana comprensión. no me queda más remedio que relacionarlo mentalmente con William Gibson, aunque con mejor calidad literaria que este último. ambos saben que el mundo está cambiando de una determinada manera, que ellos hacen propia y utilizan para escribir sus novelas.

fue un placer llegar a la última página del libro y sentir, a lo lejor, quizá desde Vancouver o quizá desde Tokyo, la risa del Evil Dough, y la sonrisa del Douglas de carne y hueso al seguir recibiendo pasta de gente como yo.

[confesión: estoy a la espera de que me lleguen 4 de sus libros]